sábado, junio 24, 2006

la noche de Tosiria

Entro de nuevo en la casa, cerrada desde hace casi una semana. Limpia, algo desordenada, sin nada en la nevera. Me acompaña el viento de poniente que me acarició anoche en ese pueblecito de la campiña y que esta jornada nos ha acompañado por la ruta del califato. Las casualidades no son en vano, ni la improvisación de mi viaje, ni mi aproximación a lo conocido nuevamente encontrado, diferente e igual en su sencillez. Los olivos tersos y dulces y los castillos surgidos en la pugna andalusí, jalonan el regreso acompasando el tiempo en la dimensión más tranquila y acogedora junto a él que conduce. Bajo la ventanilla cuando pone el aire acondicionado y saco mi brazo feliz. No es casual haber conocido al artista que sumerge su mano en la pintura para marcar directamente la tela y sacar de ella la forma, carnosa y coloreada, con gesto impulsivo y firme... me falta esa experiencia, me falta pintar. En mis noches de Cabiria sueño con ese príncipe de la inspiración que saca de mí a esa artista desconocida, aún en la noche perdida y soñadora. Cuando era adolescente me imaginaba ya mayor frente al mar, en un estudio pintando.
Este otoño será (sí, este otoño).


  • Volar lo más alto posible
  • Comprometerse en las aventuras más audaces, en las más profundas inquietudes estéticas, sociales y filosóficas
  • Enamorarse del silencio y la soledad
  • Realizar una obra con mensaje profundo y elevado
  • Beber con una fiebre intensa todo lo que pasa a su alcance
  • Estar atento a su responsabilidad moral
  • Cantar y gritar en el lenguaje más espontáneo y más libre
(Saura: "Discurso de Cuenca". Deberes del pintor)

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