En estas cálidas noches hemos tenido luna llena, espléndida, pero no nos hemos fijado en ella. Sola, luce en la oscuridad de sofocos y abanicos, mientras pensamos en otro día que sea más soportable que el de hoy. La risa de los compañeros en la oficina me conmueve como si fuera la primera vez que los veo bromear, los gritítos del bebé y los juegos del niño en la sala, como si nunca los hubiera sentido. Los árboles del parque que me acogen al regreso de la jornada verdean oscuramente cuando paso bajo ellos, y me saludan hablando bajito. La fuente desmochada del jardín me lanza una súplica de solidaridad. La ví caer poco a poco, incongruencia de la belleza de esta ciudad abandonada. Cuando atravieso la calzada espero que los automóviles paren con paciencia que yo pase en la bici. Con ellos no tengo piedad. Y este cielo, inmenso y embriagador, aún me enamora. Imagino hacer el amor, como si fuera algo nuevo, con ese chico que aún no tiene nombre. La calidez que supone sentir esa caricia que recibiría nueva, no dibujada todavía. Fresca por desconocida, ausente por deseada. El ardor del beso y del nuevo encuentro. Amar y no pensar a quién amaste antes. Tan despacio que el tiempo no exista ni siquiera para vislumbrar un futuro. Es un instante que sólo sucede una vez. Que a pesar de los años es capaz de alumbrar la noche más oscura y de grabar en la mente la sensación única dirigida hacia sólo uno, que haría brillar mi mirada. Un parpadeo limpio en la eternidad basta...
En recuerdo a Rafael Argullol. El cazador de instantes.
http://www.revistacontratiempo.com.ar/argullol_instantes.htm
miércoles, julio 12, 2006
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